Hay algunas personas que nunca sienten la necesidad de salir de su casa. Están contentos quedándose en la ciudad en la que viven, y quizá salgan a uno que otro paseo cuando tocan las vacaciones del trabajo o la escuela. Pero para ellos el mejor lugar es el espacio que ocupa su habitación preferida.
El extremo opuesto lo ocupan aquellos que no pueden quedarse quietos. Los que traen consigo sus pasaportes y visas vigentes, por si acaso.
Si a ti te llama la pasión por los viajes, el amor por conocer distintos lugares o la vieja curiosidad –distintas formas de referirse a lo mismo–, eres alguien cuya hambre por explorar simplemente no podrá ser apagada, no importa cuantas veces tomas vacaciones, o viajes.
Para ti, siempre hay algo nuevo que ver, ¡algo diferente! Incluso en excursiones de un día te das cuenta de cuántas cosas puedes ver en 24 horas. Tienes vuelos sólo de ida, y viajes sin destinos concretos.
Porque a ti no te gusta todo el asunto de la planificación. Los planes insinúan un propósito, y en tu experiencia, viajar sin uno siempre implica más emoción. Ha sido así desde que puedes recordar, lo que probablemente se remonta a los primeros viajes al crecer que hiciste en familia, cuando eras niño.
Lo que no sabías es que, de acuerdo con recientes investigaciones científicas, esto pudo haber sido incorporado en tu ADN. Como menciona un blog de psicología, el impulso de viajar se remota al llamado DRD4, que se asocia con los niveles de dopamina en el cerebro.
El gen DRD4-7R ha sido apodado como ‘gen de la pasión por los viajes’ debido a la correlación con el aumento de los niveles de curiosidad e inquietud. Sin embargo, la realidad es que quienes llevan esta información genética normalmente comparten un tema común: la historia de los viajes.
El gen existe aproximadamente en el 20 por ciento de la población, y su presencia destaca en las regiones del mundo donde los viajes se han fomentado desde el pasado.
Suponiendo que todas las formas de vida humana se originaron en África, Chuansheng Chen, profesor de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, realizó en 1999 un estudio que apoyaría la premisa de que el gen DRD4-7R es más probable que exista en las sociedades donde las personas emigraron desde distancias más largas, hace miles de años.
David Dibbs, de la revista National Geographic, apoyó estos hallazgos y el vínculo entre curiosidad e inquietud, expresados concretamente en la pasión por los viajes.
Según Dobbs, la forma en que muta el gen DRD4-7R causa a las personas mayor probabilidad de tomar riesgos, explorar nuevos lugares, ideas, productos de alimentación, relaciones, medicinas u oportunidades sexuales. Los portadores de este gen suelen abrazar el movimiento, el cambio y la aventura.
Dobbs también asocia este gen con la migración humana. En comparación con las poblaciones sedentarias, o aquellos que se han quedado en la misma región durante la mayor parte de su existencia, los miembros de las poblaciones migratorias presentes en estos días, y aquellos con una historia de re-ubicación, con el tiempo tienden a llevar y transmitir el gen.
Dobbs resalta en su estudio que el gen R7 –con una segunda variante genética (R2)– tiende a ser encontrado con más frecuencia de lo esperado en poblaciones cuyos antepasados emigraron. Dicho todo esto, no hay razón para dudar de este ‘gen de viaje’, excepto para la mente de Kenneth Kidd, investigador de la Universidad de Yale, quien argumenta que la genética no funciona de esa manera y no puede reducirse algo tan complejo como la exploración humana a un solo gen.
Dobbs, sin embargo, agrega el factor de que la capacidad humana para explorar reside en la función de dos sistemas: las extremidades y el cerebro. Con respecto a los seres humanos, hay algunas diferencias en nuestras extremidades y cerebros que pueden distinguirnos de nuestros antepasados más comunes (aún cuando nuestra construcción genética sigue siendo casi idéntica a la de los simios, a pesar de las diferencias visuales en nuestra anatomía).
Las piernas y las caderas nos permiten caminar largas distancias; tenemos hábiles manos y un cerebro más inteligente que crece mucho más lentamente, pero mucho más grande que el cerebro de otros primates… Estas características nos permiten estar capacitados, como especie, para viajar largas distancias y explorar creativamente.
El gen DRD4-7R podría estar vinculado con el ‘comportamiento neanderthal’ en general, convirtiendo a los portadores de esta variante genética en seres increíblemente ingeniosos, pioneros y creativos, y más dispuestos a la pasión de los viajes, aunque de manera impulsiva.
Así que si observas que tienes una frecuente tentación de viajar en los próximos meses, detente y asegúrate de que estas pensando racionalmente. Esto no está peleado con lo que hemos dicho antes: viajar siempre es más divertido sin un plan.