Un prejuicio muy común con quienes dicen groserías es el que las retrata como personas sin educación, de inteligencia limitada y con un vocabulario muy pobre; pero un nuevo estudio publicado en Languaje Sciences echa por la borda cualquier convencionalismo y afirma que quienes maldicen son personas más inteligentes que quienes no lo hacen.
Para el estudio se pidió a 43 estudiantes universitarios en edades de 18 a 22 años que recitaran la mayor cantidad posible de maldiciones en un minuto, así como nombrar tantos animales como pudieran en un minuto. El resultado: quienes dijeron más groserías también pudieron nombrar más animales.