La vida no siempre nos explica por qué pasan las cosas. A veces, las situaciones que vivimos realmente no tienen ningún sentido en el momento. Tiempo después, seguimos buscando las respuestas a esas preguntas que tanto nos han dado vueltas en la cabeza.
En mis cortos 23 años de vida he pasado por mucho. He vivido un montón de buenos momentos, pero también una gran cantidad de malos. Sin embargo, si hay algo que valoro y me importa de mi vida, son las relaciones que mantengo con las personas que son cercanas a mí.
No soy perfecta. He cometido muchísimos errores. He lastimado a personas que nunca quise dañar, y a veces, he llegado a cuestionar mi manera de ser, pero, con los años, he aprendido que no todas las personas que llegan a mi vida tienen la intención de quedarse. Incluso, aquellas que ya han permanecido a mi lado por largo tiempo, algún día se irán.
Y eso es exactamente lo que tú me has enseñado.
Todos cambiamos. Nunca seremos las mismas personas que éramos hace cinco años; tal vez, ni siquiera somos igual que hace cinco días. De eso se trata la vida: de movernos, de estar en constante cambio y seguir avanzando. Evolucionar. Solamente así es como aprendemos y crecemos como personas.
Si no cambiamos, nunca podríamos pasar a la siguiente etapa de nuestras vidas. Y debemos saber que existe una enorme diferencia entre cambiar y crecer en una relación –de amistad, de amor o familiar– y cambiar y crecer como individuo.
Todos nos equivocamos. Tenemos debilidades que nos pueden llevar a decir o hacer cosas que no queremos. Por eso algo importante en la vida es aprender a reconocer nuestros errores. Una cosa es reconocer que nos equivocamos y cambiar; y otra reconocer que fallamos pero permanecer exactamente igual.
La confianza siempre ha sido muy importante para mí. He aprendido que es algo muy frágil, pero sobre todo, que es algo que no se le debe entregar con facilidad a cualquier persona.
Durante muchos, muchos años, confié en ti. Aunque a veces nos alejáramos un poco y duráramos meses sin hablar porque nuestras vidas estaban muy ocupadas. Al final, sabía que en el momento en que te volviera a ver, todo sería como si nunca nos hubiéramos alejado.
Pero entonces sucedió algo: me diste la espalda, y en ese momento entendí que debía alejarme de ti para siempre.
He sido bendecida con la capacidad de perdonar fácilmente a las personas pero, esa bendición puede convertirse en maldición cuando algunos hacen cosas sabiendo que pueden salirse con la suya. Entiendo que es casi parte de la naturaleza humana, y tú sabías que yo nunca te iba a fallar, sin importar a cuántas personas les dieras la espalda. Yo confiaba en ti, y suponía que conmigo sería distinto. Hasta que me lastimaste.
No me malinterpretes: hay días en los que te extraño terriblemente, pero ya una vez ocurrió y fue suficiente. Me traicionaste de una de las peores maneras, exponiéndome. Se supone que los amigos no te dan la espalda. Se supone que ellos están ahí para ti en las buenas y en las malas. Se supone que son quienes te ayudarán a defenderte sin importar el qué.
Es lo que yo hice por ti demasiadas veces, y al final, lo único que hiciste fue hacerme quedar como una tonta.
No soy la misma persona que era hace cinco años, y eso debiste entenderlo. En aquel entonces hubiera dejado que me lastimaras y aún así hubiera dicho que las cosas estaban bien entre nosotros aunque no fuera así. Yo nunca te pedía explicaciones porque sentía que no valía la pena, que todo debía seguir como antes.
Si hubieras sido una verdadera amiga, te hubieras dado cuenta de las cosas que me lastimaban y las hubieras dejado de hacer. No estoy diciendo que yo no cometí errores, porque definitivamente estoy segura de que los cometí, pero tú le diste la espalda a la única persona que nunca te haría daño.
Estoy en una edad de mi vida en la que realmente no necesito a nadie que no me necesite, o que se comporte como si no me necesitara.
Te dejé atrás porque eres parte de mi pasado, no de mi futuro.