En un día normal me puse a pensar en la pregunta que más le hace un hombre a una mujer “¿qué quieres?”; y en las veces que contestaremos: “no sé, pero de lo que sí estoy segura es de lo que no quiero”. Lo interesante también estará en lo que pase mientras averiguo qué quiero, o que incluso para cuando lo encuentre tal vez ya no lo quiera.
Sí… así funciona esto de la lógica femenina, justo como funcionó mi día de ayer mientras pensaba qué cocinar para la cena…
Por la mañana me preguntaba qué cena quedaría perfecto para cuando regrese a casa. Pensé en algo ligero pero con mucha consistencia, puesto que no soporto las comidas tibias ni desabridas. Así que decidí hacer una ensalada sencilla pero exquisita sólo para darme gusto, además me había quedado un poco de pollo que de todas formas nadie se iba a comer.
Para la ensalada necesitaba un poco de melocotones. Saqué las frutas del frasco pero sobró el jugo, y sí… pensé en bebérmelo, pero también pensé: “en este momento no quiero, y sólo le caerá mal a mi estómago”. Entonces me acordé de la receta de un pastel para el que precisamente le hacía falta un poquito de jugo de melocotón.
Para el pastel siempre se necesitan sólo las yemas, y como no quería desperdiciar, separé las claras y las dejé en el refrigerador, aunque no sabía si mañana las terminaré desechando.
Mientras terminaba el pastel, pensé que con las claras podía hacer mejor el merengue, y entonces las volví a sacar. Yo para los merengues siempre uso ralladura de limón, pero ahora que me queda el limón sin piel no sé qué hacer con él, porque el limón así se seca pronto y sería un desperdicio.
Pensé en una salsa para la ensalada, aunque en la ensalada ya usé media cebolla y la otra mitad sobró. Ahora me quedó la duda de qué hacer con esa mitad de cebolla. Por ejemplo un espagueti quedaría bien con un poco de salsa de tomate y así le agrego la cebolla. Entonces encontré en el refrigerador un frasco de puré tomate para pasta que yo misma había preparado y del cual sólo usé la mitad.
Luego fue otro rato pensando qué hacer con lo que sobró… siempre he sentido que es una lástima que se tire a la basura la comida, además yo misma aprendí a prepararla durante el verano y aunque me quedó buenísima, la verdad es que sin conservadores no durará mucho tiempo.
Me quedé pensando y llegué a la conclusión de que mejor podría hacer una pizza para mi familia con la salsa de tomate que me sobró, pero al mirar en la despensa no tenía harina.
Me vestí en dos minutos y me fui a la tienda. Compré la harina y también masa hecha (por si acaso se ocupara), papas, yogur, crema dental, calcetines (que estaban en rebaja), unas pantuflas (también tenían descuento), algunos jabones de manos.
De camino a casa pasé por el banco y pagué la luz, al lado del banco queda la zapatería y recogí unas zapatillas que había dejado hace una semana, después pasé por el pan para hacerles emparedados a los niños.
Al final llegué a casa bien cansada y preparé la dichosa pizza pero esta vez ya no me fijé si sobró algo. Caí rendida en el sillón, me dolía la espalda, las piernas y no sentía las manos.
Al final, mejor sí me hubiera tomado ese jugo de melocotones…