Todos tomamos malas decisiones a veces. No somos perfectos y tenemos que cometer errores para aprender. La década de los veinte está llena de malas decisiones. Seguramente alguna vez te despertaste con una resaca que te estaba matando, y pensaste: “¿Ugh, qué hice?” En esa etapa actuamos sin pensar, y no siempre las cosas terminaron bien.
Sin embargo, no tenemos mayores remordimientos. Y no deberíamos tenerlos. Tal vez suene tonto, pero si estamos tratando de vivir una vida sin arrepentimientos, yo diría que no hacemos mal. Incluso si nuestras decisiones fueron malas, al final son sólo nuestras. Y no debemos arrepentirnos de ellas jamás. A los 20 podíamos:
1. Dormir muy pocas horas durante la noche
Cada vez que volvíamos a casa para las vacaciones, dormíamos todo lo que podíamos mientras nuestros padres nos decían por enésima vez que teníamos que empezar a levantarnos temprano. Sin embargo, de vuelta a la escuela o el trabajo, eso nunca pasaba. Cada día nos despertábamos después de sólo cuatro o cinco horas de sueño (si teníamos suerte), maldiciendo al alegre sol.
Por supuesto, no estábamos haciéndole ningún favor a nuestro cuerpo, pero al mismo tiempo, las noches en que duramos despiertas hasta las 3 de la mañana trabajando fueron de lo más productivas.
También están las noches en que estuvimos hasta las 4:30 am bebiendo y explorando la ciudad con nuestros imprudentes amigos (igual que nosotras): esos son momentos que nunca olvidaremos.
Por otro lado, las horas que pasamos despiertas en lugar de estar durmiendo, son horas que no cambiaríamos por nada.
2. Tener una relación a larga distancia
Cuando tomamos la elección de mantener una relación a larga distancia, no hay garantía de que durará; en la mayoría de los casos no funciona, pero enseña a tener paciencia y, por supuesto, a luchar.
Si los involucrados están dispuestos a esperar, y a sobrevivir los kilómetros de distancia, claramente vale la pena. Una relación a distancia es difícil, pero a los veinte puedes estar dispuesta a tenerla y seguramente, funcione o no, la repetiríamos sin remordimiento alguno.
3. Comer cantidades masivas de alimento a las 4 de la mañana
A los veintitantos se comienzan a sentir los efectos de ya no ser una adolescente con un gran metabolismo. Las cosas que comemos ya no se evaporan de nuestros cuerpos como antes, sin embargo, cuando llegábamos a casa después del trabajo o de una fiesta, poníamos una pizza congelada en el horno y nos la comíamos completa.
La pizza, el pan con queso crema o la bolsa de chocolates nos dieron momentos de consuelo después de un largo día y es muy difícil lamentar algo que realmente nos hizo sentir mejor.
4. Gastar todo el dinero en algo impulsivo
Seamos realistas: tener veinte años es sinónimo de estar en bancarrota constantemente. Quizá porque trabajamos en un lugar en el que no pagan lo suficiente, o la ciudad es costosa, pero definitivamente, no podíamos darnos ningún lujo.
Contra todos nuestros propósitos de ahorrar, surgía la necesidad de ir a visitar a un amigo o de comprar esos zapatos que vimos en el centro comercial. Y el dinero se iba nuevamente, pero difícilmente nos reprochábamos por gastarlo.
Nos hubiera gustado tener más, pero siempre fue un gusto haberlo gastado en algo que nos importaba.
5. Llorar en público
De repente la emoción o el dolor nos golpea y simplemente no podemos aguantar más, tenemos que llorar. Por desgracia, cuando esto ocurre, no siempre estamos solos. Llorar en público no es la cosa más vergonzosa que nos podría suceder, es más bien una especie de alivio que experimentamos cuando teníamos esa edad y aprendimos a no cohibirnos por ello.
6. Fracasar en algo
Cuando somos más jóvenes, a veces pensamos que somos invencibles e infatigables. Pasamos horas sin dormir y tomamos malas decisiones; creemos que sin importar lo que hagamos, todo de alguna manera va a funcionar. Y en cierto modo, es cierto, pero también tenemos que aprender que no siempre sera así. Cuando esto suceda, debemos aprender del fracaso y seguir adelante.
El fracaso y las pérdidas serán cruciales para tener éxito en nuestras vidas y madurar.
7. Quedarte despierta hasta las 3 am antes de un examen, vuelo, entrevista, o algo importante
Resulta que cada vez que teníamos algo importante que hacer al día siguiente, nos proponíamos miles de horas diferentes para irnos a la cama, que al final terminábamos retrasando. Al día siguiente, cansadas y no al 100 por ciento, tratábamos de recordar nuestras prioridades y poner la mejor cara… sin arrepentimientos.
8. Llamar para no ir a trabajar
Todavía estábamos aprendiendo cómo ser responsables. Hacíamos un buen trabajo la mayor parte del tiempo, pero a veces, simplemente no teníamos ganas. Por el bien de nuestra salud, física o mental, era necesario guardar reposo, tomarse el día y descansar. (Si no tuvo mayores consecuencias, quizá aún lo hagamos… cuando necesitamos un momento para respirar.)
9. Perderte
Es muy frustrante cuando estás en camino a una fiesta, o una entrevista de trabajo y simplemente los mapas de Google no están a tu lado. Pensaste que sabías a donde ibas, pero la verdad es que no tienes ni idea.
Llegar tarde es algo muy molesto, y no saber dónde estás te hace sentir como si estuvieras perdiendo el control. Pero perderse no es tan malo. A los veinte-y tantos lo sabías.
10. Tener una aventura de una noche
En general, las aventuras de una sola noche son una mala idea, pero muchas veces terminamos haciéndolo. El sexo era más fácil, y si resultaba como pensábamos, al final no había de qué arrepentirse. Lo importante era salir a salvo de la experiencia, que luego sería un recuerdo interesante.
11. Hacerte amiga de alguien diferente
Algunas de nosotras tuvimos ese amigo o amiga que a nadie más le agradaba. Terminamos haciendo malabares para salir con él o ella y el resto. Ser amigo de esta persona fue todo un desafío, pero al final, su amistad por alguna razón es otro de los buenos recuerdos de cuando teníamos veinte.
12. Beber demasiado alcohol en una sola noche
Antes de salir nos decíamos: “Esta noche no voy a beber mucho”. Y luego, hacíamos lo contrario.
Le mandamos mensajes de texto a esa persona que juramos no volver a contactar; hablamos con desconocidos o con la compañera de departamento que no nos llevábamos bien; perdimos alguna prenda… pero al final tuvimos un buen recuerdo de otra noche más de nuestra juventud.
13. Enamorarte de alguien que no puedes tener
Uno de nuestros mayores defectos, pero también de nuestras más grandes virtudes durante los 20’s es que amamos apasionadamente. Tenemos mucho amor para dar y es fácil enamorarse de quien no nos corresponde: el famoso amor platónico.
Experimentamos lo que es tener el corazón roto y a pesar de todo el dolor y las incontables horas que pasamos deseando que las cosas fueran diferentes, amado más que en otra época de nuestra vida.
Esto no lo cambiaríamos por nada.