Educar a otro ser humano es una de las tareas más desafiantes, gratas, aterradoras y satisfactorias; todo al mismo tiempo. Definitivamente ser padre requiere de algo más que buenas intenciones, y la verdad es que nunca se está lo suficientemente preparados para enfrentar el reto más grande de la vida.
Si esta tarea la lleva a cabo una sola persona, representa una doble dificultad llevar dos roles al mismo tiempo, como lo expresó Kathleen Fleming en su blog Magestic Unicorn, en donde compartió una valiosa reflexión sobre la ira que desencadenó un incidente con su hijo.
“Este era mi pasillo el pasado miércoles. Roto. Filoso. Traicionero. Fue mi hijo quien lo hizo. A veces, o muy a menudo en realidad, las cosas se rompen irreparablemente. Me dejó sin aliento al momento cuando mi hijo apareció en el baño frustrado, enojado y harto por sus propias y muy válidas razones. Cuando decidió cerrar de un portazo la puerta, el pesado espejo de la entrada se cayó en el suelo y se rompió en un millón de pedazos.
“Me quedé callada mientras observaba el daño y tomé un fuerte respiro. Saqué al perro para que no se hiriera las patas y bajé al sótano al gato por la misma razón. Caminé hacia el patio y sentí las tibias lágrimas recorrer mi cara. Es increíble lo sola que puedes sentirte cuando eres madre soltera en momentos como ese. Me dí cuenta cuan decepcionada y asustada estaba. ¿Realmente sucedió ésto? Si. Fue real”.
“Mientras permanecía de pie considerando ésto sería un indicativo de su carácter en desarrollo, escuché su llanto a través de la ventana del baño. Su alma estaba herida. Esto no era lo que el esperaba tampoco. Respira profundo, madre guerrera. Esa pequeña y frágil alma te necesita ahora mismo, necesita lo mejor de ti y tu mayor compasión. Tu amor y seguridad más gentil y firme.
“Vamos mamá, ve y abre la puerta de entrada; esquiva los cristales rotos, escúchale notando que te acercas, mira entre la rendija de la puerta abierta, observa el rostro que más amas en el mundo rojo de preocupación y bañado en lágrimas; su voz de pronto pequeña: “mamá, nunca lo volveré a hacer. Lo siento tanto”. Más lágrimas, más llanto. Tanta incertidumbre en su dulce cara”.
“Anda mamá, tómalo y ponlo sobre tu rezago. Sí, también lloras. Esto fue importante. Sujétalo fuerte. Mira cómo se refugia entre tus brazos tan rápido. Mira lo dispuesto que está a ser amado, a sentirse seguro contigo. Mira lo pequeño que es, lo frágil que es ese espíritu aún.
“Te amo. Estás a salvo. Aquí estoy. Lo peor ya pasó. Ve mamá. Háblale de la ira, díselo ahora. Cuéntale que la ira es un sentimiento realmente poderoso. Tienes derecho a sentir ira, y puede purificarte pero también destruirte. Él lo siente, la acaba de conocer”.
“Hay una mejor forma de demostrar tus sentimientos. Vamos a trabajar en ello mañana, juntos. Estoy aquí para ayudarte. Estás seguro. Nunca estarás solo con tu ira, ni con tus miedos. Estamos juntos. Ahora limpiaremos juntos. Y así limpiamos los trozos rotos, barrimos y aspiramos. Fue un trabajo silencioso, cuidadoso y reflexivo.
“A veces las cosas se rompen. A veces las rompemos. No es que se rompan lo que importa sino el cómo y el por qué. Lo que importa es cómo elegimos responder a ésto. ¿Nos mata? ¿Nos lanza hacia una espiral descendente de culpa y castigo? ¿O nos ayuda a recordar cómo amar profundamente? ¿Nos empuja a la compasión y superar el obstáculo de lo que está bien y mal hacia el amor? Ve mamá, toma a ese bebé tuyo. Enséñale ésto, vive ésto. Se llama amor.”