Todos conocemos tiernas historias de amistad que se dan entre ancianos soñadores y niños curiosos, y entre las más recientes quizá se encuentran la versión cinematográfica de El Principito y Up, una aventura de altura, que conquistó corazones alrededor del mundo.
Pero estas historias no se dan sólo en la pantalla grande, y la escritora Tara Woods, lo demuestra al compartir una conmovedora historia de amistad que surgió entre su hija de 4 años y un anciano. Una pizca de inocencia y las casualidades de la vida nos llevan siempre a conocer diferentes lugares y personas, como en esta historia que cambió la vida de sus protagonistas.
Su madre comienza esta historia diciendo había recogido a Norah en la escuela un día antes de que cumpliera 4 años, cuando la pequeña advirtió que un anciano caminaba aprisa y la pequeña tenía una cierta debilidad por las personas mayores, según relata su mamá.
“Me gustan los viejos porque caminan lento como yo, tienen la piel suave como yo. Todos ellos van a morir pronto, así que voy a darles mi amor antes de que mueran”.
Al día siguiente la pequeña le preguntó a su mamá si podían regresar al supermercado para comprar algunos pastelillos porque era su cumpleaños. Mientras su mamá hacía algunas compras, la pequeña Norah se puso de pie y agitando su mano alegremente gritó: “¡Hola viejo, hoy es mi cumpleaños!”.
Es fácil de imaginar, porque los niños siempre hacen ese tipo de cosas. La madre de Norah no sabía en dónde meter la cara; su hija había llamado “viejo” a un desconocido. Contrario a lo que la mayoría pensaría, el anciano con ceño fruncido se acercó a la pequeña y si en algún momento se sintió ofendido con el comentario, no lo demostró.
Charlaron unos minutos, él le deseó feliz cumpleaños, y más tarde cada quien tomó su camino. Pero la pequeña pidió regresar, así que su mamá se dio a la tarea de encontrar al hombre, que iba un par de pasillos más adelante.
“Discúlpeme señor, se trata de Norah, le gustaría saber si estaría dispuesto a tomarse una fotografía con ella por su cumpleaños”.
“¿Una fotografía? ¿Conmigo?” preguntó el hombre, confundido. “Sí, sí, para mi cumpleaños” dijo la pequeña.
La mamá sacó su teléfono y posaron en una fotografía juntos. Norah colocó su mano sobre la del hombre y la mantuvo mientras repasaba la suavidad de su piel, sus delgadas venas y los nudillos gastados. Le besó el dorso, le acarició la mejilla y su mamá le preguntó su nombre. Se llamaba Dan.
“Estábamos bloqueando a otros compradores, pero a nadie le importó. Había sucedido algo mágico en la tienda de comestibles y todos ahí podían sentirlo. Norah y el señor Dan seguro que no se dieron cuenta porque charlaban como dos amigos perdidos que acababan de encontrarse”.
La madre de Norah dio gracias a Dan por haberles dedicado unos minutos de su tiempo. Los ojos del anciano se llenaron de lágrimas y le dijo: “Me has hecho muy feliz, señorita Norah. Este ha sido el mejor día que he tenido en mucho tiempo”. Se dieron un abrazo y luego él se alejó.
La mamá de Norah quedó tan conmovida con todo lo sucedido ese día, que decidió compartir la historia y las fotografías en Facebook. Cuál sería su sorpresa que uno de los lectores le enviaría un mensaje esa misma noche, diciendo que María, la esposa de Dan, había fallecido apenas unos meses atrás y que el hombre se encontraba muy solo.
Quería hacerle saber que la pequeña le había tocado el corazón y que Dan realmente necesitaba el abrazo que recibió ese día. La mamá le pidió el teléfono, le llamó y pasados algunos días ella y su hija le visitaron. Encontraron a un Dan que parecía 10 años más joven: se había cortado el pelo, afeitado, además llevaba pantalones y zapatos de vestir.
Dan había preparado una mesa con papel blanco y lápices de colores para Norah. Le preguntó si le importaba hacer algunas fotos para ponerlas en su refrigerador y la pequeña aceptó gustosa. Pasaron casi tres horas con él.
“Fue muy amable y paciente con mi habladora e inquieta niña. Le limpió la salsa de tomate de la mejilla mientras comía sus nuggets de pollo, y cuando nos acompañó a la puerta de su casa, sacó una navaja del bolsillo para recortar una rosa roja y regalársela a Norah”.
La pequeña conservó la rosa como un tesoro hasta el día que se marchitó y preguntaba por Dan todos los días. Se cuestionaba si estaría solo, si tendría frío. Ella sólo quería que estuviera bien y que se sintiera querido.
Para Dan, el encuentro fue una bendición, pues desde que conoció a Norah, logró dormir profundamente, cosa que no sucedía desde el fallecimiento de su esposa.
78 años separan a estos amigos, pero lo cierto es que para una amistad sincera no hay edad, y pareciera que varias cosas en común los unen desde hace mucho tiempo.
“Norah y yo hemos hecho una promesa: ver a Dan todas la semanas aunque sea solo un rato para darle un abrazo y dejarle un poco de queso danés, que es su favorito”.
El anciano se convirtió en un nuevo integrante de la familia y la pequeña Norah le ha dado una lección al mundo: a veces hablar con extraños pueda ser el inicio de una bella historia de amistad, coincidencia y destino que bien merece la pena ser compartida.