Para aquellos que son mi fortaleza en los momentos más difíciles, que se convierten en mis piernas cuando mis rodillas se doblan hacia fuera y comienzo a caer, gracias. Gracias por estar conmigo cuando los demás se marchan, por dejar que me apoye en su entereza cuando estoy convencida de que no tengo apoyo, y por la seguridad que me brindan al permanecer como base para levantarme.
Gracias a las personas que me incitan a sentir, que me hacen saber que llorar no es debilidad y que gritar es hablar desde alma. Gracias también por recordarme que soy humana, que mis emociones cuentan y que puedo expresarlas; por comprender mi corazón y no dejarme endurecer.
Gracias a las personas que me estiman, que me esperan, que me alientan, pues incluso cuando me rompo en mil pedazos están a mi lado para levantarme. Sinceramente, gracias por esperar con paciencia entre mis días de silencio y por escucharme en mis días de desesperación; eso me hace respetarlos. Gracias también a todos aquellos que me alientan a seguir a pesar las dificultades y, sobre todo, a pesar de sus propias tristezas. No es fácil ayudar a otros cuando uno mismo no se encuentra bien.
Tengo que admitir que cada una de estas personas tiene un espacio en mi corazón, pues me conocen desde la raíz, conocen las grietas que atraviesan mi alma y saben perfectamente que no soy la persona que pretendo ser. Simplemente han visto mi lado más oscuro y aun así decidieron quedarse.
Tal vez un gracias no recompense cada acto, palabra o muestra de cariño que me han brindando. Pero quiero que sepan que estaré eternamente agradecida con cada uno de ustedes, pues me han mostrado el significado de la amistad y el afecto, haciéndome ver lo mejor dentro de mí.