Una noche sin ti, sin tu abrazo nocturno, sin tu aliento que me llena de vida, sin tus labios que me derriten cuando tocan mi piel. Esta piel que aún después de las horas, todavía late como entonces, tus manos, mi espalda, amor, y con el día se va tu oscuridad, me quedo en la soledad con tu olor y la esperanza de volverte a ver.
Respiro ese aroma que mi almohada aún tiene grabado, huele a ti, huele a vida, a tu sonrisa. Me deslizo a través de las sabanas que cubrieron nuestro instante de olvido, sin poder descifrar lo que siento con ese toque de seda, que poco a poco va vulnerando la paz de haberte tenido conmigo, y me hace recordar que de nuevo me faltas.
¡Qué difícil es no verte cuando tengo ganas de ti! Siento un vacío tal en el pecho, que la sangre que arde en mí con tu presencia me pesa, me hace inmóvil, inerte. Si tan solo pudiera tener un instante más contigo, apagaría la luna para dejar que mis manos sean mis ojos y tú, tú seas todo lo demás: mi luz, mi amor, mis deseos.
Sin importarme que el aire de la noche diga tu nombre y me haga recordar ese vacío que me deja tu ausencia, tus deseos son imposibles de borrar de mis recuerdos; no tengo ninguna oportunidad de hacer que te quedes conmigo, que te grabes como el hierro candente que marca el corazón.
Y una vez más, me siento morir, y muero. Todo aquello que prometimos, lo tiraste en la cesta de un amor en cuarentena. En este preciso momento quisiera odiarte más que a mí misma, pero por no odiarte; quisiera sacarte todos aquellos minutos que juramos nunca separarnos, que juramos en vano, que vivimos sin importar lo que hubiera atrás o adelante; y es que tengo ganas de ti y tú no estás aquí.