Cuando una mujer tiene a su primer hijo, la felicidad y el temor llegan de improviso. Todos los sentimientos del mundo quedan albergados en el corazón de esa madre primeriza que salta con cada ruido que hace el bebé.
Pero algo que siempre se olvida es que mamá y bebé están en el mismo camino, en el del aprendizaje y el acompañamiento, porque nadie crece sabiendo ser padre o madre y un pequeño no nace sabiendo ser hijo, hermano, nieto, etcétera. Eso lo tiene muy en claro Jessica Johnston, bloggera de Wonderoak, quien escribió una carta a su hijo primogénito para sincerarse de cómo ha sido su viaje en esta etapa.
Querido primogénito:
Recuerdo el día en el que te cogí en brazos por primera vez. Llevaba mucho tiempo pensando en la maternidad, en cómo sería y en cómo serías. Pero todavía me faltaba mucha preparación. El cielo y la tierra se juntaron por un instante; nunca me había sentido tan segura y tan indecisa al mismo tiempo.
Sabía que tú y yo íbamos a estar bien. Pero también sabía que tenía que madurar en cuestión de segundos para ser tu madre.
Creías en mí, lo notaba.
De mí se esperaba que supiera cómo hacer todo esto, que supiera quererte y criarte bien en cada etapa de tu vida. Pero no sabía. Cuando tenías unos días llamé al médico a la una de la madrugada, llorando, porque no podía darte de comer. Tú gritabas y yo lloraba. Éramos un desastre. Ahora te ayudo a pasar por los años del colegio y a procesar el dolor que te produce que tu mejor amigo se vaya a mudar. Debería saber cómo hacerlo bien, hijo, pero a veces no sé.
Espero demasiado de ti, hijo. Intento no hacerlo, pero lo hago.
No eres tú, soy yo.
A veces mis propias inseguridades y mis expectativas poco realistas se desbordan sobre ti, y lo siento muchísimo. Cuando te preguntes si estás haciendo algo mal o si no lo estás haciendo del todo bien, tienes que saber que lo estás haciendo bien, por favor. Yo también soy la primogénita, y cuando iba al colegio soñaba con tenerte algún día y encontrar la manera de criarte para que nunca conocieras el perfeccionismo, para que nunca sintieras que el miedo y el idealismo te susurran al oído “no lo eches a perder”. Pero no lo he hecho. Te lo veo en los ojos cuando te preocupas por los exámenes del colegio o cuando te echo la bronca por pequeñeces.
Lo siento mucho, hijo. No eres tú, soy yo.
Lo cierto es que eres perfecto. Porque la perfección no es lo que pensamos que es. No es un estándar que tenemos que lograr ni una expectativa imposible de alcanzar. Es el oro puro que ya llevas dentro. Es quien eres aparte de todos tus errores y tus éxitos.
Estoy muy orgullosa de ti.
Incluso si no fueras un buen hijo, si te olvidaras de pensar en los demás y de tener una buena actitud, yo estaría en tu equipo. Siempre. Soy de tu equipo y solucionaremos los problemas juntos.
Podrías ser un estudiante terrible y no volver a aprobar ni un solo examen de Lengua o de Matemáticas, pero yo no te miraría de forma diferente ni estaría menos orgullosa de ti.
Yo estaría en tu equipo. Siempre. Soy de tu equipo y solucionaremos los problemas juntos. Podrías no sentirte cómodo con los deportes y salir corriendo cuando te pidieran que entrenaras, como hacías en preescolar. Lo entiendo, yo también me he sentido así. Si tienes la sensación de que me decepcionas, te equivocas.
Podrías casarte o no casarte nunca; podrías ir a la universidad o podrías no ir. Podrías perseguir una ambiciosa carrera profesional o todo lo contrario. Podrías tener mucho éxito en la vida o cometer miles de errores y yo no me movería de aquí. No existe un error o una decisión capaz de ahuyentarme, ni uno solo. No podría estar más orgullosa de ti ni quererte más.
Cuando tengas la sensación de que hay algo en mí que te hace pensar que todas esas cosas no son verdad, por favor, tienes que saber que no es porque tú estés haciendo algo mal, sino porque tengo miedo. Tengo miedo de no hacer las cosas bien o de no ser capaz de darte lo que necesites. Me da miedo no estar hecha para esto y que pueda haber otras madres que lo lleven mejor que yo. Pienso en que te dejo ver la televisión y en que no soy la mejor cocinera del mundo y me pregunto si no estoy queriéndote todo lo bien que podría. Pienso en que sigo siendo una egoísta y que a veces me consumo tanto conmigo misma que te fallo. Pienso en que tengo unas expectativas puestas en ti que juré que nunca tendría. Tengo miedo y no estoy segura de que tenga lo que hay que tener.
A veces soy frívola y dramática. Porque los pantalones me aprietan demasiado, porque la casa está demasiado desordenada y porque me siento como si hubiera fracasado estrepitosamente. A veces es porque intento no tomar azúcar ni café y solo puedo pensar en el azúcar y en el café. Es una tontería, es una lección de humildad, pero es cierto.
No eres tú, hijo, soy yo.
Ya tienes nueve años y a veces me pregunto si se me está acabando el tiempo para cometer errores. Me pregunto si me prohibirás la entrada alguno de estos días cuando mis expectativas sean demasiado altas. Pero tú sigues perdonándome, creyendo y confiando en mí; como lo hiciste cuando eras un bebé y yo no sabía cómo darte el pecho.
Gracias por querer a mi yo más imperfecto. Soy mucho mejor persona gracias a ti, estoy aprendiendo mucho…
Estoy aprendiendo a aceptarme tanto como te acepto a ti.
Te quiero, hijo, más de lo que se pueda expresar con palabras. Gracias por crecer conmigo.
Te quiere,
Tu mamá para siempre.