En 1985, Sharbat Gula fue portada de la revista National Geographic en la que sus ojos verdes e intensa mirada captaron la atención del mundo entero. Esto, a su vez, le dio la oportunidad de vivir como refugiada en Pakistán hasta el 2016, cuando tuvo que volver a su país natal.
Hoy vuelve a ser noticia mundial porque sus enigmáticos ojos verdes han dejado de brillar y solo son capaces de reflejar la tristeza a las que las mujeres de Afganistán están siendo sometidas al tener que vivir bajo el movimiento talibán y las restricciones que limitan su vida solo por ser fémina.
Afganistán está nuevamente bajo la mira del mundo. La llegada del régimen talibán al poder trae consigo grandes cambios sociales, en especial para las mujeres, quienes ven su libertad coartada, situación de la que Sharbat Gula trató de huir pero no le fue posible.
En 1985 y sin que ella lo supiera, Gula se convirtió en el reflejo de miles de niñas afganas que trataban de huir de su país en busca de una mejor oportunidad de vida luego de que fuera fotografiada por Steve McCurry, quien llevó su imagen a la portada de una de las revistas más importantes a nivel mundial: National Geographic.
Con el paso del tiempo, la imagen de Gula ganó renombre y Steve no tuvo más remido que buscarla para conocer más acerca de ella y su vida.
Steve emprendió una difícil batalla por encontrar a Gula, pero al final logró dar con su paradero y lo que vio lo dejó totalmente atónito. Gula ya no tenía ese encantador brillo en su mirada. Aunque sus ojos seguían siendo verdes, la luz de esperanza se había esfumado por completo.
Gula había pasado la mayor parte de su vida huyendo de un lado a otro a través de la frontera entre Afganistán y Pakistán, esquivando la guerra, la violencia y el inexplicable odio hacia las mujeres. En el camino perdió familiares, amigos y sueños. Todo mientras el mundo contemplaba su fotografía sin saber qué ocurría en realidad.
Gula perdió a su madre, tuvo que abandonar su casa y ocultarse en unas cuevas para sobrevivir. Se casó a los 13 años con un hombre que no amaba ni la respetaba, tuvo seis hijos y ha tenido que soportar vivir bajo la pobreza extrema.
Su vida como refugiada en Pakistán terminó cuando fue descubierta portando documentos con una identidad falsa, lo que la llevó a pasar un tiempo en la cárcel. Debido a estos cargos, en Afganistán le esperaría la pena de muerte, pero el gobierno de Pakistán presionó para que fuera protegida por el gobierno afgano, alegando motivos humanitarios, su deteriorada salud y estatus de símbolos internacional para los refugiados.
Lamentablemente, con el asenso del régimen talibán al poder, su destino ahora es incierto, pero esperamos que la luz de sus ojos no se siga opacando y que tanto ella como otras mujeres y niñas puedan encontrar un sitio seguro, en el que se les permita disfrutar de su libertad y de su propia vida.