Hace un año, las fuerzas lideradas por Estados Unidos se retiraron de Kabul, capital de Afganistán, después de establecerse ahí por dos décadas, y dieron paso al regreso al poder de los talibanes, uno de los regímenes más brutales contra las mujeres.
Desde que los talibanes retomaron el control el 15 de agosto, las mujeres han vivido una realidad llena de temor, injusticia y privación total de derechos. Se tiene entendido que se les ha solicitado que se mantengan alejadas del trabajo hasta que las condiciones de seguridad mejoren, excepto a las trabajadoras de la salud, aunque previamente se había informado que el régimen no impediría que estudiaran o trabajaran. Sin embargo, en estos momentos no pueden hacerlo.
A su regreso, las autoridades del régimen aseguraron que sus normas eran más flexibles y muy diferentes a las que tenían en su anterior administración. Sin embargo, no fue así. Las mujeres, sin excepción, volvieron a usar una burka por imposición y las restricciones a tener trabajo, el acceso a la educación y a la salud son tan solo algunas de las prácticas que se continuaron haciendo en la “nueva Afganistán”.
Las mujeres afganas han sido despojadas de todos sus derechos individuales y dejaron de ser ciudadanas plenamente autónomas en su propio país. No pueden elegir su ropa ni mucho menos pueden caminar sin la compañía ni autorización de un hombre. Además, él es responsable de su presencia en público. De hecho, para un viaje de más de 75 kilómetros o salir del país, cualquier mujer necesita un mahram, que no es más que un pariente masculino que actúe como tutor. Si estas normas se infringen, los hombres tutores se enfrentan a un castigo, mientras que ellas pueden ser detenidas, golpeadas y torturadas.
Cabe mencionar que cuando las mujeres no cuentan con un mahram, las cosas se complican aún más, pues caen en una especie de limbo legal en donde prácticamente no pueden salir para nada de sus casas o se arriesgan a ser detenidas.
En cuanto a la educación, las niñas que deberían ir en secundaria se han visto más afectadas, pues tienen prohibido asistir a la escuela. Además, las universidades tienen restringidas algunas materias que puedan romper las normas que impone el gobierno. Por si fuera poco, las estudiantes fueron separadas de los varones de su grupo.
Hay mujeres que se han atrevido a romper las reglas, sobre todo aquellas activistas que no cuentan con un mahram. Sin embargo, el calvario parece no terminar para ellas, pues ha sido un año de promesas falsas, violencia e impunidad.
El hecho de saber que muchas mujeres del otro lado del mundo no cuentan con sus derechos o que viven bajo estas condiciones es la causa de que muchas otras continuemos con la lucha de hacerlos valer, por caminar tranquilas, vestir con libertad y tener las mismas oportunidades profesionales que muchos varones.
Pero en Afganistán, mientras las activistas salieron a protestar de manera pacífica, fueron silenciadas al ser detenidas y torturadas por los talibanes. Así es la triste realidad para las mujeres en el lejano Oriente.
No se sabe si la reciente muerte del líder de Al Qaeda, Ayman az Zawahirí, en un ataque de un dron estadounidense en Kabul, tenga alguna consecuencia benéfica o perjudicial para la vida de la mujer y de cualquier habitante de Afganistán, pues romper el acuerdo de doha o de paz, por el deceso del líder, podría suponer más restricciones y mayor aislamiento, haciendo la situación más crítica.