Uno de los mayores miedos del personal de salud es encontrarse cara a cara con la posibilidad de salvar la vida de un ser querido, ya que la revoltura de emociones, que seguramente se aglomera en su interior, debe ser un sentimiento de lo más desconcertante. Es por eso que no tienen permitido atender a familiares o amigos, pues la fraternidad involucrada puede afectar su percepción profesional y nublar el razonamiento lógico.
Lamentablemente, no siempre se tiene el control de estas decisiones. Tal es el caso del funesto hecho ocurrido el pasado 15 de noviembre, en Calgary, Canadá, cuando Jayme Erickson acudió a un llamado de emergencia. La paramédica canadiense se encontró con la terrible escena de un choque automovilístico, del que a simple vista concluyó que la víctima necesitaba llegar a un hospital urgentemente, ya que ella solo podía ayudar sacándola del auto y aplicando primeros auxilios básicos.
Justo así lo hizo, y sin más poder en sus manos, dejó que la joven fuera atendida por el personal médico. Una vez en casa, Jayme fue contactada por los agentes de la Real Policía Montada de Canadá (RCPM, por sus siglas en inglés), quienes le revelarían la desconsolante noticia de que la persona que había atendido ese mismo día era su hija Montana, de 17 años.
Días más tarde, Erickson compartió su dolor con la prensa, revelando el gran pesar que cargaba al no haber logrado reconocer a su niña debido a lo grave de sus heridas. Además, confesó que lo que tuvo que vivir era su pesadilla más grande como paramédica, pues tener en sus manos la vida de su primogénita fue, sin duda, un evento altamente traumático.
Mi peor pesadilla como paramédico se ha hecho realidad. Atendí a la paciente gravemente herida, haciendo lo que pude. Mi turno había terminado y me fui a casa. Minutos después de llegar a casa, sonó el timbre. Mi vida cambió para siempre. La paciente gravemente herida que acababa de atender era de mi propia sangre. Mi única hija. Mi miniyo. Sus heridas eran tan horribles que ni siquiera la reconocí.
Richard Reed, amigo y compañero de Jayme, reveló que ella fue la primera en llegar a la escena y que enseguida comprendió lo grave que la joven se encontraba, por lo que a pesar de no poder hacer nada más, no dudó en quedarse con ella hasta que la ambulancia se la llevó. Al final, el triste momento se aprovechó para recordar la vida de Montana, acompañada de bomberos, paramédicos, familiares y policías, Jayme Erickson le dedicó las siguientes palabras:
Era una luchadora y luchó hasta el día que murió, y era hermosa. Era tan hermosa. Si alguna vez se esforzaba en algo, lo lograba.