En una familia los conflictos son inevitables, ya sea porque algún integrante no cumple con la tarea que le toca dentro del hogar o porque cada cabeza es un mundo y no se tiene que estar de acuerdo en todo.
Los padres siempre buscan un equilibrio entre cuándo se debe decir no, en qué situaciones decir sí, en las exigencias o permisos hacia los hijos, con los que puede haber confrontaciones más seguido por no coincidir en ciertas ideas, pensamientos o maneras de actuar.
Aunque parezca difícil de creer, el hijo con el que más se discute es el que más se parece a papá o mamá en cuanto a personalidad. La respuesta es la misma que cuando una persona nos cae mal con tal solo verla: detectamos en ella algo o mucho de nosotros mismos y, por ende, nos revelamos.
Expertos en psicología como Marta Segrelles, afirman que lo que nos molesta de otro es un reflejo de un aspecto de nosotros mismos del que no se es consciente.
En la infancia se aprende por observación y repetición. Papá o mamá pudieron haber tenido un comportamiento que no le gustaba a su hijo, pero lo aprendió y repitió. Cuando el hijo lo manifiesta los padres tal vez no tienen conciencia de que ellos lo provocaron y rechazan esa manera de ser.
Segrelles afirma que a esto se le llama protección -atribuirle a otra persona sentimientos, pensamientos o impulsos propios que resultan inaceptables-, un mecanismo que se utiliza para no hacernos cargo de aspectos negativos propios.
Es importante señalar que esta teoría es una de las ideas del budismo:
Todo lo que te molesta de otros seres es solo una proyección de lo que no has resuelto de ti mismo
Buda