En el siglo XIX se registraron miles de muertes de bebés en hospicios de todo el mundo por una enfermedad bautizada como “marasmo”. Entre los seis y nueve meses de vida, bebés que parecían sanos entraban en un estado depresivo, dejaban de alimentarse, mantener contacto visual y comunicarse, hasta que finalmente morían. Había un detalle común: en esas instituciones nadie tomaba en los brazos a los bebés o les proveían de afecto.
Los médicos Henry Chapin, en Nueva York; Knox, en Baltimore, y Fritz Talbot, en Boston, estudiaron la “enfermedad” que en aquel entonces provocó niveles de mortalidad superiores al 90 por ciento; la conclusión: los niños que se salvaban eran los entregados en adopción o los que tenían contacto físico con alguna persona en el orfelinato. Un cambio de política derivado de esta revelación provocó una caída de la tasa de mortalidad a menos del 10 por ciento.
Actualmente se ha comprobado la importancia del contacto físico con los bebés ya que, según estudios especializados, este es decisivo para la forma en cómo se desarrollan los cerebros.
Independientemente de que el contacto directo con el bebé tiene beneficios, como la regulación de su temperatura, respiración y ritmo cardiaco; disminución de la producción de hormas del estrés; fortalecimiento del sistema inmunológico y vínculos afectivos, una investigación del Nationwide Children’s Hospital, en Ohio, encabezada por la doctora Nathalie L. Maitre, mostró una respuesta cerebral superior en bebés sometidos a más afecto por los padres o personal hospitalario que en los que no lo recibieron.
“Asegurarse de que los bebés prematuros reciban esos afectos cariñosos y de apoyo, como el cuidado piel a piel de los padres, es esencial para ayudar a que sus cerebros respondan al tacto suave de manera similar a los bebés que experimentaron un embarazo entero dentro del útero de su madre”, dice Maitre. En el levantamiento los expertos observaron que los bebés con menor contacto físico tenían una respuesta cerebral reducida a ciertos estímulos.
Durante la prueba se analizaron los casos de 125 bebés, tanto prematuros como de término, apreciándose que en los recién nacidos el tacto es una piedra angular de las interacciones interpersonales y el desarrollo sensorial-cognitivo. Por tanto, los investigadores resaltaron la importancia del contacto personal con los bebés para mejorar los resultados en el desarrollo neurológico.
Según la Organización Mundial de la Salud, cada año nacen 15 millones de bebés prematuros que permanecen las primeras semanas de su vida en las unidades de cuidados intensivos, esto genera que sus entornos sensoriales sean significativamente diferentes a los de los bebés nacidos a término y afecten el desarrollo de la organización funcional de su cerebro.