Uno de los regalos más preciados que la vida y alguno de tus hermanos te dará, es un sobrino. Cuando te enteras que serás tía por primera vez, una emoción inexplicable se apodera de todo tu ser y desde entonces sabrás lo que es el amor en su máxima expresión.
Cuando tu sobrino o sobrina llega a tu vida, todo cambia para siempre. Ahora ese pequeño ser es un motor que te impulsa a tratar de ser mejor persona cada día, pues serás como un ejemplo a seguir. Tal vez más adelante decidas tener tus propios hijos, pero tu sobrino siempre será como el primer hijo para ti, es un amor incomparable y que nunca acabará.
Cuando tenía 13 años me enteré que mi hermana tendría un bebé. Al principio no me importó mucho, debo confesar que la relación entre ella y yo no era muy buena, típicos conflictos de adolescentes-adultos. Incluso, llegué a sentirme celosa pues la atención ya no sería sólo para mí que soy la menor, pero conforme el tiempo pasó y vi cómo su panza crecía poco a poco, nació en mi una extraño sentimiento que hoy defino como amor.
Mi hermana y yo nos unimos más que nunca. No quería despegarme ni un segundo de su lado pues no me perdonaría perderme algún acontecimiento importante que sucediera durante su embarazo. La acompañé a comprar ropa para bebé, la cuna, la bañera, la carreola y cada vez que veía algún juguete sólo pensaba en comprarlo para mi sobrino.
Después de 9 meses de larga espera, el momento llegó. Cuando escuché la voz de mamá decir a través del teléfono ‘ya eres tía’, la felicidad invadió mi vida. Cuando llegué a casa y lo vi por primera vez tan pequeño, tan frágil, supe que lo iba a amar para siempre. Él estaba dormido y yo moría por abrazarlo y llenarlo de besos. Fue una sensación que nunca había experimentado y que jamás olvidaré.
El tiempo pasó y mi sobrino comenzó a crecer. Yo tenía 15 años y sólo quería disfrutar de la vida, comerme el mundo de un bocado, salir, hacer amigos, disfrutar y conocer. Pero cuando estaba con él algo extraño sucedía y dejaba de tener esos impulsos típicos de una chica de mi edad. Sólo quería estar a su lado, quedarme en casa y disfrutar de su compañía. Quería protegerlo y evitar cualquier dolor. Nada tenía sentido si él no estaba cerca de mí.
Conforme crecía, su carácter se empezaba a notar. Para mí sorpresa se parecía mucho a mí y no sólo en su carácter: físicamente era un pequeño clon de mí. Sus dudas comenzaron a surgir: ¿por qué mamá y tú tienen diferente papá? ¿De dónde vienen los bebés? Yo sólo podía responder con una sonrisa y de la manera más sincera posible, como me hubiera gustado que a mí alguien me respondiera un día. Cuando él me veía triste o en un mal estado, su reacción inmediata era correr, abrazarme e invitarme a jugar. ¡Ese era el mejor analgésico para el dolor del alma!
Nunca he sentido que es como un sobrino, tampoco es mi hijo, es algo más. Lo que él y yo tenemos es una conexión especial. Es un amor único e incondicional. Jamás querré a mis hijos así, no quiere decir que los vaya a querer menos, simplemente son diferentes clases de amor. Mi sobrino me vio en la etapa más difícil de mi vida y aunque tal vez él no lo recuerde, gracias a él pude sobrellevar la adolescencia.
Mis hijos no me verán llorar por mis clásicos errores de adolescente, no me verán sufrir por mi primer amor, no podrán consolarme con abrazos y juegos como lo hacía mi sobrino. No me verán frágil. No porque no lo vaya a ser, simplemente cuando me convierta en madre adquiriré una fuerza para luchar cada día por ellos. Mi sobrino ve en mi a una mujer que ha cometido errores pero que ha madurado con ellos. Tiene la confianza de pedirme consejos pues sabe que yo he pasado por cosas similares a las suyas.
Mi sobrino vivió muchos errores conmigo y trató de ayudarme a su manera y dentro de sus posibilidades. Mientras él crecía, yo iba aprendiendo a ser más tolerante; gracias a él desarrolle una paciencia que no creí lograr. Tuve que aprender nuevamente las lecciones básicas de matemáticas para explicárselas a él. Tuve que luchar por ser el mejor ejemplo pues él imitaba todo lo que hacía. Me enseñó a creer, a imaginar, a soñar.
No es mi hijo pero lo amo y lo cuido como si lo fuera; lo trato como si fuera mi hermano. No sólo soy su tía, soy su cómplice y su amiga.
Mi sobrino es el mejor regalo que la vida me dio. Claro que amaré a mis hijos de una manera intensa que tal vez aún no conozca, pero será diferente. ¡Gracias sobrino por ser el hijo que siempre querré, pero que nunca voy a tener!