Muchas veces he escuchado decir que nuestros padres tienen que ser nuestros mejores amigos. Incluso, he escuchado a mis amigas decir cosas como “mi mamá es mi mejor amiga”. Yo nunca he sido capaz de decir algo así, y no porque tenga una mala relación con mi madre, al contrario, sólo que no creo que una madre pueda llegar a ser tu mejor amiga.
Una madre debe enseñarnos, disciplinarnos, corregirnos y criarnos. ¿Alguna vez tu amiga ha hecho eso por ti? Por supuesto que no. La vida nos regalará miles de amigos, algunos mejores que otros, pero mamá sólo tendremos una, y definitivamente no puede ser nuestra amiga.
Así que, aunque parezca extraño, hoy quiero agradecerte mamá por no haber sido mi mejor amiga.
Por enseñarme que debo esperar por las cosas
Gracias a eso entendí que la mayoría de las cosas que te pedía en realidad no las necesitaba. Yo no necesitaba un celular en la secundaria, aunque en el momento pensaba que si. Gracias a que no me lo diste, hoy sé mantener conversaciones personales con alguien sin tener que estar viendo el celular cada 30 segundos. Sé que si necesito tener una conversación importante debo hablar de frente y no a través de una pantalla. Gracias a eso también aprendí a no depender de un teléfono celular, y a respetar las reglas de la casa. Si tú me dabas una hora de llegada, la tenía que respetar, pues no tenía manera de comunicarme contigo para aplazar mi llegada.
Gracias porque en lugar de videojuegos me regalabas libros. Conocí mejor cualquier biblioteca de la ciudad que los parques de diversiones, y aunque no lo creas, se convirtieron en mis lugares favoritos. Gracias por no dejar que me hiciera la manicura hasta que salí de la preparatoria. Con eso me enseñaste que puedo sobrevivir sin lujos. Y además, aprendí a pintar mis uñas yo sola, así que la mayoría de las veces consigo tener unas uñas bien arregladas por muy poco dinero. Tú me enseñaste a ser paciente, a apreciar lo mucho o poco que me dabas.
Por decirme las cosas que necesitaba escuchar
Incluso cuando no era precisamente lo que yo quería oír. Tu sabiduría y tus regaños –que ahora sé que siempre fueron con amor– me moldearon más de lo que te imaginas. Tú me enseñaste a siempre luchar por mis sueños, a no darme por vencida cuando en realidad deseaba algo. De ti aprendí a ver las situaciones desde distintas perspectivas para así poder tomar la mejor decisión. También aprendí a ponerme en los zapatos del otro, y a no juzgar sin saber.
Tú me enseñaste a no buscar siempre la aprobación de los demás, y a entender que debía encontrar amigos que me quisieran y me respetaran por como soy, y que siempre me dijeran la verdad.
Por dejarme pelear mis propias batallas
Tú siempre me permitiste resolver mis propios problemas. Me enseñaste que si quería algo tenía que hacerlo yo misma. Si yo sentía que alguien estaba tratándome injustamente, dependía de mí hacerle frente a la situación, nunca te metiste para defenderme, aunque sé que eso te costó mucho trabajo.
Gracias a ti entendí que si no podía conseguir las cosas que quería, era porque realmente no las merecía. Me enseñaste que las cosas no siempre se consiguen fácilmente. Si quería conseguir un lugar en el equipo de futbol de la universidad, entonces tenía que practicar horas extras. Si quería conseguir un mejor promedio, tenía que estudiar más tiempo. Nunca conseguiste nada para mí, todo lo gané con mi esfuerzo.
Me enseñaste a ser autosuficiente e independiente. Y a entender que si yo no peleaba mis propias batallas, entonces nadie nunca me tomaría en serio.
Por enseñarme que encajar no es tan maravilloso como lo pintan
Si todo el mundo usara la misma ropa, el mismo corte de pelo e hiciera las mismas cosas, nadie destacaría. Gracias a ti aprendí que las personas que consiguen ser alguien en la vida son aquellas que son genuinas y no se esfuerzan por encajar con los demás. Aquellos que se atrevieron a salir de los parámetros establecidos por la sociedad para ser la persona que siempre quisieron ser. Gracias por enseñarme que no debo ser como todo el mundo dice, sino como yo quiero ser.
Por esto y más: ¡gracias mamá! Por hacerme saber que tu objetivo no era ser mi mejor amiga. Ahora puedo entender que cuando apenas era una niña, yo no necesitaba una mejor amiga, necesitaba una mamá. Necesitaba de alguien que me dijera lo que no quería escuchar. Necesitaba de alguien que me aconsejará desde un punto de vista más sabio y probablemente menos hormonal que el de cualquier amiga de mi edad. Necesitaba de alguien que me dejara cometer mis propios errores, pero que estuviera ahí para ayudarme a levantar en las caídas.
Para todas las mamás que están leyendo esto: Tal vez te asusta la idea de no ser la amiga de tus hijos. Tal vez estás preocupada de que puedan odiarte, y ten por seguro que habrá una fase en la que probablemente lo hagan –¿quién no sintió odiar a sus padres en algún momento?–. Habrá una etapa en la que tus hijos sentirán que les estás “arruinando la vida”, pero nunca creas que es así. Y cuando tu hija crezca, y sea una adulta; cuando en verdad puedas ser su mejor amiga, se dará cuenta de que todo lo que hiciste por ella fue con amor. Te lo digo yo, que ya pasé por esa etapa en la que sentí aborrecer a mi madre, pero ahora, años después, sólo puedo estar agradecida con ella por no haber sido mi mejor amiga, porque yo no necesitaba su amistad: yo necesitaba su amor de madre.
Así que, gracias mamá, por no haber sido mi mejor amiga.