“Hija, llévate esas manzanas para que te las comas en el camino. No se ven muy bonitas, pero están muy jugosas, además, a ti te encantan”, me dijo mi mamá la última vez que fui a visitarla a su casa. Ya en el camino, me ofreció pan recién hecho y yo lo acepté porque de verdad me encanta; su sabor y su aroma me devuelven a casa.
No importa cuántos años tengas, siempre extrañarás a mamá. La verdad no sé cómo sería la vida sin escuchar su voz por teléfono ni cómo podría vivir sin su comida, aunque solo la coma de vez en cuando. No sé cómo sería entrar a casa y no sentir ese calor. Mamá, solo vive una larga vida… porque no sé cómo sería estar sin ti.
Mi mamá siempre insiste en que salga bien cubierta de la casa. Suele repetirme que trabajo mucho, que es hora de tomar las cosas con más calma; está de acuerdo conmigo en que la vida no es sencilla, así que comprende también que no pueda visitarla todos los días. Vivimos a 40 kilómetros de distancia, pero aun así la llamo cada día.
Si mi hermana tiene muchos problemas, si subieron los precios de esto o aquello, o el gato se salió hace no se cuantos días y no ha vuelto, siempre tiene algo que contarme. Su vida parece menos importante, o es la naturaleza que nos hace hablar menos de nosotros y más de los demás.
A veces me dice: “perdón hija, ¿con quién más me puedo quejar?”. Entonces me doy cuenta de lo importante que es en mi vida, de todas sus lecciones, de todos sus cuidados, de lo mucho que valoro nuestras charlas y sus sermones… Todo eso es nuestra vida.
Cada vez que voy a visitarla termina ofreciéndome comida y reímos; si le digo que tengo frío se levanta de inmediato para encender el horno y que la cocina se sienta calientita. Yo me vuelvo a sentir como niña otra vez, todo es delicioso y acogedor y los problemas se disipan. Mamá, mamita querida, solo vive una larga vida… porque no sé cómo sería vivir sin ti.