Todos sabemos que el matrimonio no es un paso sencillo, y las altas estadísticas de divorcio en el mundo lo confirman. Sin embargo, una vez que das ese difícil paso, crees que será para toda la vida y como consecuencia, el divorcio suele ser considerado como un sinónimo de fracaso, de que el amor no te ha sonreído en la vida.
Cuando mi matrimonio comenzó a desmoronarse hace un tiempo, no fue por una sola razón sino por muchas. Traté de buscar una solución, hacer un plan, esforzarme y trabajar para que funcionara.
Lo intenté todo. Y probablemente mientras leas estas palabras, pienses: “¿realmente lo intentaste?”. Sí, luché por él, luche por nosotros. Pero, ¿cómo puedes perder una batalla que no es sólo tuya? Se necesita el esfuerzo de dos.
El matrimonio no terminó el día que en firmamos un pedazo de papel. El fin comenzó con todo lo que hice para evitar que sucediera, cuando tuve que dar más de mi cada día porque los indicadores se encontraban en números rojos.
A veces nos enfocamos tanto en lo que la sociedad califica como un fracaso, que olvidamos mirarnos al espejo y ver lo que esa batalla hace con nosotros día y noche.
Ahora me doy cuenta de que lo intenté más allá de lo sano. Como muchas madres solteras que sufren con relaciones enfermizas en un intento por buscar un padre para sus hijos, yo hice lo propio al tratar de mostrarme como una super mujer en los buenos, en los malos y en los pésimos días.
En realidad, el fracaso comenzó cuando decidí no darme por vencida, como otras han hecho antes, y como seguramente muchas lo harán después. A veces nos aferramos tanto a la idea del matrimonio que ponemos en riesgo nuestra alma. Una vez que la pesadilla termina, nos damos cuenta lo que hemos perdido también algo de nosotros.
El divorcio no es la salida fácil ni tampoco significa que no has hecho lo suficiente; no es que hayamos dado menos de lo que dieron otras chicas que tienen un matrimonio exitoso.
Debo decir esto: soy divorciada y no soy una fracasada. Detrás de las lágrimas que lloré, de las sesiones de terapia de pareja, entre los nuevos inicios y las súplicas, nunca me di por vencida, siempre di lo mejor.
Elegir el divorcio no es fallar. Es como hundirse en un abismo: una vez que llegas a su máxima profundidad y tocas fondo, encuentras de nuevo la fuerza y el coraje que necesitas para forjar un nuevo camino.
Puede parecer un fracaso, pero es el principio de una nueva aventura, de un viaje no planeado que no será fácil, pero que de ahora en adelante será tu propio viaje.
El divorcio te pone de vuelta en el asiento del conductor, y el camino por el cual transitas está lleno de felicidad, siempre y cuando tengas las fortaleza para reconocerlo.