Encontrar un buen partido en estos tiempos es algo así como tener que cumplir una misión imposible. Solía clasificar en la lista de los “buenos prospectos” a los chicos libres, complicados, impredecibles, extrovertidos, esos que se la juegan siempre, y que también siempre terminan… rompiéndote el corazón.
Creo que, en el fondo, todas hacemos este tipo de clasificaciones que resultan absurdas, pero ayudan a imaginar cómo sería el chico ideal. Y entonces llegó él.
Qué ganas de complicarme la vida, de querer ser la chica mala, de aparentar que había cerrado la puerta al amor, a las heridas y a las ilusiones. Por eso me atraían los chicos arriesgados: buscaba adrenalina, deseaba estar con una persona dispuesta a dar el plus que me trajera de regreso a la vida y tentar a la suerte de que él quisiera lo mismo.
Comenzaron siendo encuentros casuales, risas, bromas; nos aconsejábamos el uno al otro, aunque ninguno de los dos tuviera cara para dar un consejo. Luego, un par de besos al final del día, evitando siempre las miradas y el qué dirán.
Como comprenderán, no escapamos a la tentación de la carne y mi piel quedó fundida con la suya, ¡entrega total! Me besó de principio a fin y yo exploré cada rincón de su cuerpo. Estábamos ahí, como dos enamorados. Era la perfecta combinación entre intensidad y tiernas caricias.
El resto del mundo decía que era un hombre que no sabía amar, pero ¿cómo es que sabía hacer el amor tan perfecto? Algo dentro de mí me decía que era sexo solamente. A pesar de eso, fue la primera de tantas noches que pasamos juntos.
Al día siguiente era como regresar al mundo real, pero también a las apariencias, al qué dirán. No sabía qué eramos. Su proximidad me inquietaba. Los días parecían eternos antes de nuestro siguiente encuentro. Sabía también que no duraría mucho, pero aun así quería vivirlo. Su frialdad y su nulo romanticismo me hechizaban; era algo que jamás hubiera estado en mi lista, pero me sacaba de ese mundo color de rosa y me ponía a temblar.
No había ataduras ni detalles ni compromisos ni fechas especiales, solo emociones que al final terminan destruyendo el corazón. Era solo el deseo de estar piel con piel, así que cuando por fin lo pude entender salí huyendo.
El final de la historia es que terminé con un gran hombre, alguien a quien amo y me ama. Pero nunca olvidaré ese otro amor que me hizo estremecer, los días de pasión y entrega total. Sé que no era el indicado… pero era mi favorito. Esos amores que nunca pueden ser, terminan perdurando por siempre.