Te fuiste como habías llegado, de la nada. Destruiste todo por lo que había luchado y sin mirar atrás, me despojaste de tu presencia. Pronto aprendiste a vivir sin mi, antes de que hubiera pasado el trago amargo, y comenzaste una nueva vida. Nunca he podido entender como existe gente que lo hace así, como si nada: inician una vida distinta y pareciera que no les hubiera importado todo el amor y el cariño que alguien les entregó. No era mi ego lo que me detenía cuando deseaba buscarte, era el miedo al rechazo. Así que hice lo que todos me dijeron que hiciera y dejé que el tiempo pasara; dejé que sangrara lo que tenía que sangrar.
En verdad nunca viví una prueba tan difícil como aquella de perder tu amor, y creí que esas llagas jamás cerrarían. Pero todo tiene una fecha de expiración. Un día desperté y tu no estabas más ahí, en el fondo de mi corazón. Te esfumaste y en tu lugar quedó un terrible miedo a volver a sentirme de esa manera. A pesar del vacío y la soledad, me costaba trabajo conocer gente nueva, perdí esas ansías que tenía por enamorarme y por entregarme en cuerpo y alma. Y en el espacio oscuro donde vivía tuve que renacer, esta vez sola, sin nadie que me indicara el camino.
Entendí que no había nadie más que estuviera obligado a cuidarme, o a escucharme, que todo lo que habitaba en mi alma no era más que un apego absurdo a una idea o una ilusión, así que sin miramientos lo arranqué de mi pecho, construí una persona nueva, levantada de esas cenizas que ni el viento quiso recoger. Y pronto descubrí la maravillosa mujer que soy en realidad. Tuviste una oportunidad de ser el hombre más feliz a mi lado, porque hubiera hecho todo por ti, pero ni mil barreras detienen a alguien cuando se quiere ir.
De pronto encontré razones para ser feliz, y todas estaban en mi. Comencé a quererme, a cuidarme, a consentirme, pero sobre todo, empecé a escucharme, a entender qué era lo que quería y necesitaba. Y el tiempo pasó, como debió de ser, y una tarde volviste, porque a los asesinos les gusta volver al sitio del crimen. Me encontraste más viva que nunca y me pediste otra oportunidad, porque con la primera no fue suficiente para destruirme.
No deseo hacerte sentir mal, no es que no te haya amado con todas mis fuerzas; es que tú hiciste que entendiera lo valiosa que soy y te lo agradezco en verdad, porque ahora no deseo tu presencia en mi vida. Entiendo que me extrañaras, porque supongo que mientras yo te olvidaba, tu recordabas todas esas cosas hermosas que hacía para ti. Pero el momento pasó, y si no supiste verme cuando estuve, no entiendo cuál es la razón o el motivo de tu regreso. Siempre guardaré tu recuerdo en mi corazón, pero definitivamente no puedo ni quiero darte otra oportunidad.
Creo firmemente que por algo pasan las cosas, que tu partida solo fue para enseñarme lo fuerte y capaz que soy. Existen misterios que nunca vamos a comprender, como ese de los caprichos del corazón, pero si me permites, creo que ahora estoy lista para dejar entrar a mi vida un hombre que sepa quererme como lo merezco. Gracias y adiós.