En algún punto de nuestra vida, todos soñamos con experimentar el amor verdadero, pero a veces, sin buscarlo, este llega de repente en el momento y en el lugar donde menos los imaginamos.
Parece un día cualquiera y, de repente, tu mundo se transforma, tus prioridades cambian, tu corazón se acelera y no puedes dejar de sonreír. Al principio, no estás seguro por qué y luego te golpea como una gran ola y, finalmente, te das cuenta de que estás enamorado. Esto fue lo que le sucedió a Nicole McGrath y a Cole Heinz, la pareja que encontró el amor entre pingüinos en la Antártida.
En 2013, Nicole McGrath, originaria de Miami, Florida, acababa de graduarse de la universidad a los 25 años en Nueva Zelanda. Con un futuro incierto debido a la situación de recesión económica que se vivía en aquel entonces, decidió probar suerte en la Antártida.
Nicole se enteró de que el gobierno de Estados Unidos estaba contratando personal para trabajar en el comedor y en la limpieza de McMurdo, una instalación de investigación estadounidense construida sobre roca volcánica en la isla de Ross, rodeada de montañas, nieve y hielo.
Un par de años más tarde fue aceptada, por lo que se trasladó en un vuelo militar desde Nueva Zelanda hasta el continente más remoto del planeta. Sin embargo, el nuevo trabajo representó un gran reto para Nicole.
Las puertas se abrieron y era de un blanco cegador. Hay hielo en todas partes y el frío te golpea como un puñetazo en la cara.
Cuando se presentó para su primer día de trabajo en la cocina, Cole Heinz, quien en ese entonces tenía 29 años, fue el encargado de entrenarla y podría decirse que desde el momento en el que se conocieron, las mariposas revolotearon en sus estómagos.
Cole, originario de Dallas, Texas, que en aquel entonces se encontraba en su tercera temporada de trabajo en McMurdo, también se sintió atraído por Nicole.
Nadie vino a engancharnos. Fuimos simplemente nosotros dos.
La conexión fue instantánea. El sarcasmo característico de ambos desencadenó el coqueteo. Su sentido del humor y ser ajenos al clima extremo terminó por unirlos, volviéndose inseparables.
Su primera cita fue una caminata a Hut Level, un puesto de avanzada abandonado utilizado por el explorador británico Robert F. Scott hace más de un siglo.
Si bien la Antártida no es precisamente conocida por su población humana, la estación McMurdo es un importante centro logístico repleto de personal.
En ocasiones, la población puede llegar a más de 900 personas. Para acomodarlos, hay un bar, una cafetería, gimnasios, una sala de teatro, espectáculos en vivo y, tal vez, la colección más grande del mundo de cintas VHS de los años ochenta.
Si quieres socializar, hay más que suficiente para hacer ahí abajo.
Con un Wi-Fi inestable, no había manera de distraerse con la tecnología moderna, por lo que las mejores citas eran explorando las maravillas que ofrece la naturaleza en el cono sur del planeta.
Rodeados de montañas y nieve, la pareja exploró el laberinto de senderos de Ross y disfrutó de extraordinarios paisajes llenos de tranquilidad. Fue así como el amor floreció con los pingüinos de testigos.
Finalmente, la temporada de trabajo terminó para Nicole y era hora de regresar a Nueva Zelanda. Sin embargo, el contrato de Cole era por un tiempo más prolongado, pero las circunstancias y el amor los llevaron a tomar grandes decisiones, lo que marcaría un parteaguas en la vida de ambos.
Durante algún tiempo, la relación parecía estar congelada, por lo que comenzaron a surgir las dudas existenciales en torno a esta, pues se preguntaban cómo funcionaría fuera de ese alejado y cerrado ecosistema donde la vida es sencilla y podían pasar tiempo juntos. Finalmente, Cole decidió renunciar a su trabajo en la Antártida y acompañó a Nicole a Nueva Zelanda.
No podía pensar en la vida en McMurdo sin ella. Después de formar ese vínculo que hicimos tan rápido, ella se convirtió en mi mejor amiga desde el primer día.
Tan pronto llegaron a Nueva Zelanda, la pareja compró una van acondicionada como casa rodante y recorrieron el país juntos. A pesar de que pasaron por situaciones estresantes durante el viaje, el amor que nació en la Antártida se hizo más fuerte, lo que les confirmó que eran el uno para el otro.
Seis meses después de explorar el país, Nicole debía regresar a la Antártida, pues le gustó tanto que decidió apuntarse para una segunda temporada.
Por desgracia, Cole no pudo acompañarla, así que durante cinco meses, la relación se mantendría a distancia, algo que les preocupaba bastante. Pero debido al gran amor que se tenían, lograron superar la situación juntos. Sin embargo, al terminar su estadía en la Antártida, Nicole decidió regresar a Estados Unidos para ejercer su carrera en su natal Florida.
Acabábamos de pasar literalmente casi un año juntos de estar siempre cerca el uno del otro, viviendo en la camioneta juntos, viéndonos 24/7. Y luego yo yendo a la Antártida y estando en una relación a larga distancia durante cinco meses en los que ni siquiera podíamos hacer FaceTime o Skype ni nada, solo eran llamadas telefónicas.
Mientras tanto, Cole tenía un trabajo en el Servicio de Parques Nacionales y estaba a punto de mudarse a Colorado. La pareja seguía con su relación a distancia, pero todo era mucho más sencillo ahora que estaban en el mismo país, por lo que viajaban con regularidad para verse.
En una de las visitas de Nicole, la pareja viajó a explorar los cañones del Monumento Nacional de Colorado y fue ahí cuando Cole le propuso matrimonio.
La verdad es que me dio un poco de pánico cuando me lo pidió, porque sabía que lo amaba y que quería casarme con él. Pero en ese momento me dije: ‘¿Cómo va a funcionar esto si nuestras vidas están tan separadas?’. Y de nuevo, él fue quien dijo: ‘Haremos que funcione. Nos amamos’. Así que, tras un poco de pánico, dije que sí.
Se casaron en Miami en 2017 y la temática de la boda, obviamente, fue la Antártida, la parte superior del pastel estaba repleta de pingüinos. Cuando llegó el momento de decidir sobre el próximo capítulo de su historia de amor, optaron por mudarse a un lugar frío. La ciudad de Albany fue la mejor opción para la pareja, donde ahora viven junto a su hija Samantha, de dos años.
Y aunque no es la Antártida, una visita a las cercanas montañas de Adirondack en invierno podría trasladarlos al lugar donde comenzó todo y a donde sueñan con vivir cuando se jubilen.
La pareja disfruta de la sorprendente conexión con la unidad de la Guardia Nacional Aérea que ayuda al transporte aéreo a la Antártida y que se encuentra muy cerca del lugar donde viven. ¡Qué gran historia de amor!