Hablar sobre el perdón puede parecer cliché, no obstante todos nos atrevemos a decir que debemos perdonar, pero en realidad pocos nos atrevemos a hacerlo. Lo cierto es que perdonar es una de las pruebas más difíciles que enfrentamos los seres humanos.
Conozco muchos proverbios, he oído cientos de consejos y opiniones sobre el tema, he buscado en la literatura. He leído infinidad de artículos en Internet que hablan acerca de dejar ir el dolor que nos ha causado una herida emocional. He escrito en post-it frases que he encontrado acerca del perdón y las he pegado por todos lados. Aún así sé que perdonar no es sencillo. Que los consejos a veces suenan como fantasías. Sé que la brecha entre tomar la decisión de perdonar y sentir la paz que este nos otorga parece totalmente imposible de atravesar. Créeme que lo sé.
El perdón es un mundo imposible de habitar para los que anhelamos la justicia. Para quienes la simple idea de que la persona que nos ha hecho daño ande por ahí como si nada, nos enferma. Para quienes no queremos simplemente limpiar nuestras heridas, sino que queremos trasladar el dolor hacia la otra persona. Para quienes queremos ver que la situación es igual para ambos lados. Para quienes queremos que el peso del dolor que estamos cargando ya no recaiga en nuestros hombros, sino en los de la persona que tanto mal nos hizo.
Perdonar se siente como si te traicionaras a ti misma. Te niegas a renunciar a la búsqueda de la justicia por lo que te han hecho. El odio, el coraje, y cientos de emociones negativas arden dentro de ti. Sientes que tu sistema bombea toxicidad. Sientes que estás envenenada y la única manera de curarte, es haciendo pagar a quien te dañó. Conozco muy bien esa sensación. Sé que cada latido va cargado de furia, cada parte de ti grita ¡Justicia!
Pero debes de saber algo muy importante acerca del enojo que sientes: sólo es una emoción instrumental. Nos guardamos el enojo porque sólo a través de él podremos seguir buscando justicia. Porque nos es útil. Porque sin él se apagarían esas ganas de querer que la situación sea igualitaria, y eso no sería justo. El enojo no se da cuenta de que el pasado ha quedado atrás, de que el daño ya está hecho y no hay nada que se pueda hacer. El enojo es el que te dice que la venganza hará que las cosas se arreglen, que la herida deje de doler. El enojo que sentimos busca justicia, sólo eso.
Pero la justicia que queremos no es realista. Permanecer enojada es como si continuamente estuvieras arrancando la costra de tu herida porque crees que si se mantiene abierta nunca tendrás una cicatriz. Piensas que algún día la persona que te dañó vendrá y suturará tu herida con una increíble precisión que no quedará ninguna cicatriz, será como si el corte jamás hubiera estado ahí. Pero el enojo no es más que el negarte a curar, y la razón es muy sencilla: tienes miedo. Te da miedo no saber cómo vivir después de que tu herida haya sanado. No sabes cómo será tu nueva piel. Quieres seguir viviendo como antes. El enojo sólo hace que tu herida siga sangrando y así nunca cicatrice.
Cuando te encuentras en el campo de batalla, con el daño recién hecho provocando un dolor casi imposible de aguantar, el perdón se ve muy lejano. Por supuesto que quieres ser capaz de otorgarlo, porque en el fondo sabes que es lo más saludable para ti. Quieres -y necesitas- la paz que el perdón te ofrece. Quieres liberarte. Quieres que toda la revolución que está ocurriendo en tu cerebro se detenga, sin embargo no tienes idea de cómo llegar ahí.
Y en este punto llega a nuestra mente lo que muchas veces nos han dicho del perdón: No arreglará nada. Y es cierto, el perdón no es un borrador que limpiará el daño que te hicieron. No deshará el dolor que estás sintiendo, ni te concederá la paz inmediatamente. Encontrar la paz es una larga y muy difícil batalla. Hay que recorrer un largo camino, y el perdón es como el agua que te mantendrá hidratada mientras lo atraviesas.
El perdón es renunciar a la idea de un pasado diferente. Es entender que el pasado ya se terminó. Es saber que los escombros que el huracán que arrasó con tu vida dejó, jamás volverán a reconstruirse de la misma manera que antes. Es aceptar que no hay una solución a lo que viviste, ni tampoco existe una poción mágica que borre el dolor que esto te ha causado. Es aceptar que, por más injusto que parezca, debes vivir un tiempo en las ruinas que quedaron. Ningún enojo te reconstruirá. Eso tienes que hacerlo tú misma.
Perdonar significa aceptar la responsabilidad, no para causar un daño, sino para limpiar tu alma. Es entender que la restauración de tu paz interior es una prioridad mucho mayor que la de buscar que la otra persona pague por lo que te hizo.
¡Ojo! Perdonar no significa que harás las paces con la persona que te dañó. No quiere decir que volverás a aceptarla en tu vida, o que convivirás con él o ella, ni mucho menos que apruebas lo que te hizo. Sólo significa que has aceptado el hecho de que han dejado una huella en ti. Y que, para bien o para mal, siempre llevarás esa marca contigo. Significa que la espera de ver llegar a quien te lastimó con el fin de curar tu herida, ha terminado. Es tomar la decisión de curar tu propia herida, sin importar que clase de cicatriz deje en ti, y aceptar que de ahora en adelante tienes que vivir con ella.
Perdonar no se trata de dejar que prevalezca la injusticia. Se trata de crear tu propia justicia, tu propio karma y tu propio destino. Se trata de ponerte de pie y seguir tu camino. De estar consciente que el resto de tu vida no tiene porque ser miserable, ni estar marcada por lo que te pasó. Significa seguir adelante con valentía, con la mirada hacia el futuro y no hacia el pasado. El perdón se trata de decidir que no vas a dejar que lo que te pasó te defina.
Perdonar no significa que vas a renunciar a tu poder, ni que vas a ser débil por el hecho de hacerlo. Significa que, finalmente, estás lista para comenzar de nuevo.