No hay nada como despertarte por ti mismo en un lugar desconocido, sin nada que hacer, excepto explorar. Es estimulante y novedoso. Al mismo tiempo, algo intimidante, pero ese aspecto es lo que para ti se vuelve embriagador.
Las almas aventureras se enamoran de los territorio inexplorados. Los guía la pasión por los viajes y una constante inquietud por lo desconocido. Los que viajan solos poseen estás características, y más allá de eso, sienten un vínculo especial con la tierra que los convierte en ciudadanos del mundo.
Cuando viajas por tu cuenta no perteneces a nada y al mismo tiempo perteneces a todo. Experimentas la última sensación de libertad.
Desde luego, existe una gran alegría al viajar con los demás, pero también es mucho más predecible. A través de los viajes en solitario aprendes a moverte con la corriente, a fluir, a improvisar, y eso es vital para el éxito, la supervivencia y la felicidad. De hecho, viajar solos está subestimado.
1. Los viajes en solitario te dan claridad
Viajar en solitario te permite establecer un ritmo de viaje. Haces tus propios planes y dictas tu propio horario. Pero si no hay nadie que cuide tu espalda, también eres responsable de tu propia seguridad. Así que tus instintos se convierten en tu guía y en tus mejores amigos.
Cuando te aventuras hacia lo desconocido por tu cuenta, tus sentidos están alerta. Nunca un ser humano estará más perceptivo que cuando se adentra en lo desconocido. Es un mecanismo de supervivencia.
Así, a través de los viajes en solitario, asimilas y contemplas mucho más de lo que harías si viajaras acompañado. Puedes sentir y aprender más de lo que podrías alguna vez haber imaginado.
Las excursiones individuales nos ayudan a reencontrar en nosotros una cierta ingenuidad acerca del mundo, ampliando nuestras perspectivas mientras nos hacemos más conscientes de nuestras vulnerabilidades y de nuestras creencias.
En pocas palabras, viajar solos nos hace sabios, ya que fomenta de manera interior y exterior el descubrimiento.
Un destino no es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.
—Henry Miller
2. Viajar solo reduce el estrés y aumenta la conciencia de nosotros mismos
Para quien viaja por su cuenta, habrá momentos de soledad.
Es cierto que, incluso si estás completamente rodeada de gente, la soledad puede colarse —especialmente si estás en un lugar en donde nadie habla tu lengua nativa y la comunicación es difícil—. Pero esa experiencia también te ayudará a entender la importante distinción entre estar solo y sentirse solo.
La soledad y el aislamiento no son una misma cosa. La soledad produce un sentimiento de separación y agota el espíritu. El aislamiento aumenta la auto-conciencia, y en última instancia, nos hace sentir más conectados con el mundo. Nunca estamos realmente solos, pero es difícil reconocer esto si no tenemos el tiempo para reflexionar sobre ello.
Los seres humanos son criaturas sociales; no sobreviviríamos sin la presencia de otras personas. En la búsqueda de compañía, sin embargo, a menudo no reconocemos los beneficios de la soledad.
La vida está llena de distracciones, y es difícil vivir el momento. Necesitamos tiempo para sentarnos con nuestros pensamientos y procesarlo todo. La reflexión es vital para nuestra salud mental, y es mucho más fácil cuando estamos apartados de los demás.
Las investigaciones demuestran que la meditación consciente, o la práctica intencional de centrarse en el presente, pueden disminuir la ansiedad de manera significativa, ya que ayuda a reducir la hormona del estrés llamada cortisol. Viajar solo, viéndolo desde esta perspectiva, ofrece un tipo benigno de reflexión.
La conciencia superior que adquirimos con esta forma de viajar, combinada con la emoción de nuevas experiencias, centra inconscientemente tu mente en el presente. A su vez, se deja de lado el pasado, y el dolor y las lamentaciones que a menudo vienen con él. Al mismo tiempo, dejas de preocuparte tanto por el futuro.
En otras palabras, los viajes en solitario te ayudan a liberar tu mente y te enseñan a celebrar cada respiración.
3. El auto-descubrimiento requiere de la exploración
Tal vez el mejor aspecto de viajar solo es que mientras descubres el mundo, te encuentras con tú ‘yo’ verdadero. Es una forma auto-reflexiva de viajar.
Las limitaciones que irás superando se vuelven aclaradoras e inspiradoras al alejarte de tu zona de confort.
Viajar con los demás te permite aferrarte a lo familiar, que estás acostumbrado a resolver; pero durante las excursiones en solitario no tenemos más remedio que aventurarnos en un territorio desconocido, física y mentalmente.
Haces amigos extraños, comes comida diferente, quizá escucharás música interpretada por instrumentos o grupos que no sabías que existieran. Empiezas a ver el mundo bajo una luz completamente nueva.
En el proceso, te conviertes en una persona más confiada, que acabar el día con una sonrisa en su rostro y una pasión por las nuevas experiencias.
Cuando viajamos solos también descubrimos que somos pequeñas pero interconectadas piezas de un mundo grande, brillante, dinámico y hermoso. No hay nada más saludable para el ego que reconocer que no eres el centro del universo, y que todavía estás conectada a él.
Esta epifanía hará que te deleites con la naturaleza diversa del mundo y sus habitantes. Te preocuparás más por el bienestar de otras personas, así como por el estado general de salud del planeta. En pocas palabras, los viajes en solitario te hará una persona más empática e intuitiva.
Aprenderás a celebrar lo desconocido, y con ello, adquirirás habilidades para adaptarte a la única constante de la vida: el cambio.
Vas a encontrar respuestas a preguntas que no sabías que te inquietaban; tendrás aventuras que nunca te imaginaste y crecerás como persona de una manera inconmensurable.
Viajar solo es perderse a propósito, con el fin de ser encontrado.